domingo, 12 de junio de 2011

Entusiasmo versus Ego

 
Entusiasmo significa gozar profundamente lo que se hace, además de tener el elemento de la visión o la meta que se persigue. Cuando le sumamos una meta al placer de lo que hacemos, cambia la frecuencia en la cual vibra el campo de energía. Se agrega un cierto grado de tensión estructural, como podríamos llamarla, de tal manera que el gozo se convierte en entusiasmo. En el punto culminante de la actividad creadora impulsada por el entusiasmo hay una cantidad enorme de energía e intensidad. La sensación es la de una flecha en trayectoria directa hacia el blanco, y que disfruta su viaje. 





Un observador podría decir que la persona está bajo estrés, pero la intensidad del entusiasmo no tiene nada que ver con él. El estrés se produce cuando el deseo de llegar a la meta es superior al deseo de hacer lo que hacemos. Se pierde el equilibrio entre el goce y la tensión estructural, y esta última se impone. El estrés por lo general es señal de que el ego ha regresado y de que nos estamos desconectando del poder creador del universo. Lo que queda es el impulso y el esfuerzo del ego que busca satisfacer su deseo, de tal manera que es preciso luchar y “trabajar arduamente” para lograr la meta. El estrés siempre disminuye tanto la calidad como la eficacia de lo que hacemos bajo su influencia.

A diferencia del estrés, el entusiasmo vibra en una frecuencia elevada, de tal manera que resuena con el poder creador del universo. Ralph Waldo Emerson lo reconoció cuando dijo que “nunca nada verdaderamente grande se ha logrado sin entusiasmo”.

El entusiasmo permanente genera una ola de energía creadora y entonces lo único que debemos hacer es “montarnos sobre esa ola”. 






El entusiasmo imprime un poder enorme a lo que hacemos, hasta tal punto que quienes no se han conectado con el poder ven “nuestros” logros con asombro y podrían equipararlos con lo que somos. Sin embargo, nosotros conocemos la verdad a la cual se refirió Jesús cuando dijo, “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta”.

A diferencia de los deseos del ego, los cuales generan una fuerza contraria directamente proporcional a la intensidad de esos deseos, el entusiasmo nunca genera oposición. No genera confrontación, su actividad no produce ganadores y perdedores; en lugar de excluir, incluye a los demás. No necesita utilizar ni manipular a la gente porque es el poder creador mismo y, por tanto, no necesita robarle energía a una fuente secundaria.

El deseo del ego siempre trata de recibir de algo o de alguien;

.. el entusiasmo de su propia abundancia.

Cuando el entusiasmo tropieza con obstáculos como pueden ser situaciones adversas o personas obstruccionistas, nunca ataca sino que se limita a buscar otros caminos, o cede y acoge al otro, convirtiendo esa energía contraria en energía favorable.

El entusiasmo y el ego no pueden coexistir. El uno implica la ausencia del otro. El entusiasmo sabe para dónde va pero, al mismo tiempo, está perfectamente unido con el momento presente, la fuente de su vivacidad, su alegría y su poder. El entusiasmo no “desea” nada pero tampoco carece de nada. Es uno con la vida, y por muy dinámicas que sean las actividades que inspire, no nos perdemos en ellas. Y siempre deja ese espacio quieto pero intensamente vivo en el centro de la rueda, un espacio central en medio de la actividad, al cual, a pesar de ser la fuente de todo, nada lo afecta.

A través del entusiasmo entramos en armonía perfecta con el principio expansivo y creador del universo, pero sin identificarnos con sus creaciones, es decir, sin ego. Donde no hay identificación no hay apego, una de las grandes fuentes de sufrimiento. Una vez pasa la ola creadora, la tensión estructural disminuye nuevamente dejando atrás el gozo por lo que hacemos. Nadie puede vivir permanentemente en estado de entusiasmo. Posteriormente llegará una nueva ola creadora, dando lugar a un nuevo estado de entusiasmo.

No basta con tener una meta, sino que, lo que hacemos en el momento presente debe ser el punto central de nuestra atención. De lo contrario, dejaremos de estar en consonancia con el propósito universal.

Debemos cerciorarnos de que nuestra visión o meta no sea una imagen inflada de nosotros mismos y, por tanto, una versión disfrazada del ego, como querer convertirse en estrella de cine, en escritor famoso o en empresario millonario.

También debemos cerciorarnos de que nuestra meta no gire alrededor de tener esto o aquello, como una mansión al lado del mar, nuestra propia compañía o diez millones de dólares en el banco. Una imagen engrandecida de nosotros mismos, o la visión de tener esto o aquello no son más que metas estáticas y, por tanto, no generan poder. Debemos asegurarnos de que nuestras metas sean dinámicas, es decir, que apunten hacia la actividad en la cual tenemos centrada nuestra atención y a través de la cual estamos conectados con otros seres humanos y también con el todo. En lugar de vernos como estrellas famosas o escritores exitosos, debemos vernos como fuente de inspiración y de enriquecimiento para un sinnúmero de personas a través de nuestro trabajo. Debemos sentir cómo esa actividad no solamente enriquece y confiere profundidad a nuestra vida, sino a la de muchas personas más. Debemos sentir que somos la puerta a través de la cual fluye la energía desde la Fuente inmanifiesta de toda vida, para beneficio de todos.

Todo esto implica que nuestra meta o visión es ya una realidad en nuestro interno, en el nivel de la mente y del sentimiento. El entusiasmo es el poder a través del cual el plano mental se traslada a la dimensión física. Es el uso creativo de la mente, razón por la cual no hay deseo de por medio. No podemos manifestar lo que deseamos; sólo podemos manifestar lo que ya tenemos. Podemos obtener lo que deseamos esforzándonos arduamente y sometiéndonos al estrés, pero no es ése el camino de la nueva tierra. Jesús nos dio la clave para utilizar la mente de manera creativa y para la manifestación consciente de la forma cuando dijo, “Todo lo que pidan en la oración crean que ya lo han recibido y lo obtendrán”.


del Capitulo 10 –
del libro de Eckhart Tolle "Una nueva Tierra"